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Maestra Sandra Reynoso
Coach de Vida y Sexualidad
Hoy quiero compartir algo de fidelidad personal: dejar de amar. Te lo digo con toda la seguridad y sin miedo, con la certeza de que esa decisión es, además de válida, también liberadora. Es una elección consciente de ser fiel a uno mismo, aunque esa decisión implique dolor. A lo largo de mi vida, he aprendido que el amor no siempre tiene que ser eterno, y que la valentía no radica solo en amar, sino también en saber cuándo dejar ir.
Para muchos, el amor es una fuerza que nunca debería desaparecer. La idea de “amar para siempre” está tan arraigada en nuestra cultura que, a veces, olvidamos que también es válido dejar de sentir. Dejar de amar no significa que hubo algo malo, sino que las circunstancias, los cambios personales o el crecimiento mutuo pueden llevarnos a una desconexión natural. Y, aunque puede ser devastador, no tiene por qué ser un fracaso. Es, más bien, una manifestación de crecimiento.
El proceso de dejar de amar es un camino a veces complejo, lleno de dudas, inseguridades y miedos. A menudo, uno se siente atrapado entre lo que cree que debería hacer y lo que realmente necesita hacer. ¿Y si me equivoco? ¿Y si me arrepiento? Estas y otras preguntas nos dan vuelta en nuestra mente. Frecuentemente, este proceso se puede convertir en una carga silenciosa que podemos arrastrar durante meses o años.
El coaching aquí, como en muchos temas del desarrollo personal, se convierte en una herramienta fundamental. Gracias a las técnicas y principios del coaching, aprendí a escucharme de nuevo. El coaching no me dijo qué hacer, pero sí me ayudó a clarificar mis pensamientos y emociones. Fue un proceso de autoconocimiento y reflexión profunda que me permitió ser honesta conmigo misma. A veces, el coaching no es solo acerca de cambiar, sino de entender lo que verdaderamente necesitamos y nos llena de paz. Es una de razones por las que me convertí en coach de vida y sexualidad.
Uno de los principales desafíos que enfrenté al pensar en dejar de amar fue la incomodidad de expresar lo que sentía. Nos enseñan que decir que, “ya no te amo” es cruel, egoísta y además una falta de compromiso. El coaching me enseñó que la verdadera valentía no radica en quedarme en una situación difícil e insostenible, sino en enfrentar la verdad de mis emociones y comunicarla con respeto y claridad. Decir “ya no te amo” puede ser doloroso, sí, pero también es un acto de honestidad definitiva y radical.
A través de sesiones de coaching, aprendí que no solo se trata de decir adiós a una relación amorosa, sino también a las expectativas sociales que nos presionan. Aprender a priorizarme y a mi bienestar emocional, me permitió soltar el miedo al juicio ajeno y ser más honesta con mi entorno. Dejar ir el amor que ya no existía no solo liberó a la otra persona, sino que me liberó a mí también.
Otra de las lecciones más poderosas que aprendí fue que decir la verdad, aunque duela, es esencial para mi evolución personal. Mantener una relación sin amor es una carga que, tarde o temprano, nos pasa factura. Entendí que el amor hacia mí misma es igual de importante que el amor hacia los demás. Solo cuando soy fiel a mí y a mis sentimientos, puedo crear relaciones más saludables y auténticas en el futuro.
El coaching me ayudó a comprender que, aunque el amor se va, la valentía se queda. Ser valiente no significa no sentir miedo o incertidumbre; ser valiente es tomar decisiones conscientes, aunque no sean fáciles. Enfrentarme a esa verdad me permitió evolucionar como persona y dejar atrás una etapa de mi vida que ya no me correspondía.
Hoy digo con seguridad y confianza que ser fiel a mí y decir que deje de amar, fue una de las decisiones más liberadoras que he tomado. Ya no me siento atada a la idea de que debo amar siempre. Ahora entiendo que el amor, como la vida misma, es un proceso dinámico, lleno de cambios y transformaciones. Y, aunque dejar de amar no es fácil, cuando lo haces desde el autoconocimiento y la valentía de decirlo, encuentras un espacio de paz y autenticidad.
El coaching me dio las herramientas para saber ser valiente, para saber escucharme, saber comunicar con respeto, sinceridad y claridad y, sobre todo, para entender que a veces, dejar ir es el acto más leal y amoroso que podemos hacer, tanto por nosotros como por la otra persona.
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