Muchos años, viví con la sensación de no estar conectada conmigo. Tomaba decisiones en función de lo que los demás esperaban de mí, pasaba de la inseguridad al error y de una idea idealizada de quién “debía ser”. Me costaba mucho reconocer mis deseos, y más aún, defenderlos. Sentía que avanzaba, sí, pero no desde la plenitud, sino desde la supervivencia. Fue entonces cuando el coaching llegó a mi vida, no como una solución mágica, sino como una herramienta poderosa para volver a mí misma.

Recuerdo la primera sesión. Había un silencio incómodo, las preguntas que no podía responder, la incomodidad de sentir que no me conocía lo suficiente. Pero también recuerdo la mirada de mi coach: era una presencia sin juicio, un espacio seguro donde podía explorarme sin miedo. Ese fue el primer gran regalo del coaching: el permiso para habitarme, para escucharme, para estar conmigo.

A través del proceso, descubrí cuánto de mi vida había sido dirigida por paradigmas, creencias limitantes y conocimientos heredados. Dice Coelho (1997), “cuando quieres algo, todo el universo conspira para que lo logres”, pero primero debes saber qué quieres. Y yo de algo estaba segura, no sabía lo que realmente quería. El coaching me enseñó a formularme a mí misma, preguntas poderosas, a estar totalmente consciente de mi narrativa interior y, sobre todo, a distinguir entre lo que deseaba y lo que me habían enseñado a desear.

Uno de los momentos más importantes, fue cuando decidí cambiar de rumbo profesional y personal. Tenía miedo, dudas, inseguridades. Pero gracias al acompañamiento de mi coach, pude identificar mis valores esenciales y a tomar decisiones alineadas con ellos. Whitworth et al. (2007) dice, el coaching no consiste en dar respuestas, sino en generar un contexto para que la persona se escuche a sí misma con profundidad. Y eso fue exactamente lo que ocurrió: me convertí en mi propia fuente de claridad y conciencia plena.

También me ayudó a establecer límites, a decir que no responsablemente, a ponerme en primer lugar. Pude ver a mis emociones como aliadas, no como obstáculos. A reconocer mis logros, a celebrar mi historia, tal y como había sido con todo y sus heridas. Me habité, me habité verdaderamente, cuando entendí que ser valiosa no es ser perfecta.

Hoy puedo decir que el coaching transformó mi vida y no porque me haya convertido en otra persona, sino porque me reconectó con quien siempre fui. Me dio las herramientas para caminar con seguridad hacia lo que deseo, y la confianza para sostener mis decisiones, incluso cuando son difíciles. Me mostró la importancia de mi autenticidad, de ser honesta, comprometida y a decir la verdad siempre, aunque eso conlleve pagar ciertos precios.

Habitarme a mí es una de mis mejores decisiones, ha sido el viaje más importante que he hecho. Y el coaching fue la brújula que me ayudó a no perderme en el camino.

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Bibliografía

1. Coelho, P. (1997). El Alquimista. Editorial Planeta.

2. Whitworth, L., Kimsey-House, H., Sandahl, P., & Whitmore, J. (2007). Co-Active Coaching: Changing Business, Transforming Lives. Nicholas Brealey Publishing.
3. Echeverría, R. (1994). Ontología del lenguaje. Dolmen Ediciones.
4. Aguilar, M. (2012). Coaching: el arte de soplar brasas. Gran Aldea Editores.